Recuerda, lo más importante es sonreír. No importa si tienes ganas de llorar o si simplemente no te apetece, lo que realmente importa es que sonrías.
Esas palabras resonaban en su mente como un mantra. Ya no recordaba quién le había dicho eso, pero eso no quitaba el hecho de que no lo cumpliera. Sonreía a todas horas, mostrando una felicidad que no había alcanzado nunca. Sonreía, a pesar de que lo que más quisiera fuera echarse a llorar porque se ahogaba cada vez más y más en lo que llaman vida.
Sonríe. La vida parece más bonita cuando se sonríe. Nunca muestres cómo te sientes realmente. Tú solo sonríe, ¿lo entiendes?
No. No lo entendía, pero aun así cumplía esa norma que alguien le había impuesto. Se topó con un vecino cuando estaba por subirse en el ascensor. Este la saludó para acto seguido alabar esa gran sonrisa que tenía y que iluminaba al bloque entero. Fue entonces cuando ese gesto autoimpuesto titubeó un poco, pero siguió sonriendo.
Olvídate de cómo te sientes, tan solo sonríe. Entierra todos tus sentimientos en lo más oscuro de tu corazón, solo sonríe.
Llegó a casa y ni se molestó en encender las luces. Allí, sola, por fin podía dejar de fingir, podía dejar de sonreír. Una vez en su cuarto, se dejó caer en la cama. De pronto, sentía aún con más fuerza el peso de la sociedad sobre sus hombros. La opresión en su pecho se hacía cada vez más fuerte, costándole más y más respirar. Si tan solo pudiera dejar de sonreír, si tan solo pudiera olvidar ese mantra…
Se levantó de la cama y se dirigió al espejo que había en la pared. Se sentó en la silla, mirando el reflejo. No conocía a la persona que le mostraba esa superficie. ¿Desde cuándo unos ojos carecían de luz? ¿Desde cuándo un rostro carecía de expresión y de vida? Aquel reflejo no le transmitía nada, tan solo repulsión. No se dio cuenta del momento en el que sus manos estaban sobre sus mejillas, clavando las uñas, rasgándose la piel. ¿Acaso quería que aquella cara mostrase algún ápice de color o de emoción? No lo sabía, pero nada ocurrió, salvo unas hileras de color carmesí que manchaban ahora la piel y que caían sobre su regazo.
Y entonces sonrió. La máscara volvió a aparecer. Por fin se reconoció. Era ella la que estaba reflejada. Aquella persona que sonreía sí era ella. ¿En qué momento de su vida se había convertido en eso? ¿Por qué era solo una máscara? Si tan solo fuese capaz de romperla…
Nunca dejes de sonreír, es todo lo que tienes.
Las palabras resonaban con fuerza en sus oídos. No. No era capaz de romperla. Había visto su rostro sin ella y le repugnaba. Así que tan solo sonrió, viendo las lágrimas caer a través del espejo. Se estaba condenando ella misma a ese infierno, pero no encontraba el valor para acabar con todo eso. Por lo que solo sonrió, tal y como ese mantra maldito le decía una y otra vez.