Lady Dragon
- Título original: Lady Dragon
- Año: 1992
- Duración: 97 min.
- País: Indonesia
- Dirección: David Worth
- Guion: Clifford Mohr, David Worth
- Música: Jim West
- Reparto principal: Cynthia Rothrock, Richard Norton, Bella Esperance, Diaz Tangkilisan, Piet Burnama
- Más información: IMDb, filmaffinity, ALLMOVIE.
La protagonista es una experta en artes marciales que decide vengarse del tipo que mató a su marido en el mismísimo día de su boda.
El argumento es tan simple que ni se molesta en profundizar en los motivos por los que el “antagonista” manda matar al marido de la protagonista (digamos que intuimos por ciertos diálogos que andaba investigando los negocios —sucios— del tipo y este lo quitó del medio), o qué es en lo que está metido (¿mafias, drogas, armas ilegales, prostitución…?). Prácticamente, es al final cuando se nos menciona que está relacionado con gas venenoso (¿pero es él quien lo fabrica? ¿En qué laboratorio? ¿O solo lo distribuye?). La historia podría haber dado juego pero acaba siendo un cúmulo de clichés de patadas y coreografías imposibles (aquí el “peloguantazo” de Natasha Romanoff se queda corto), sonidos del Street Fighter y música ochentera, coches saltando por los aires y gente disparando sin ton ni son —mención aparte los efectos especiales.
Mi puntuación:
A partir de este momento puedes hacer una de estas acciones: preparar palomitas y ver la película o leer este relato inspirado en ella y que podría contener algún que otro spoiler.
♦♦♦
—Ya conté todo lo que sé. No hay más, maldita sea.
—¿Por qué no empieza desde el principio?
—¿Otra vez? Esto es absurdo, una total pérdida de tiempo. Todavía hay mucho que hacer…
—¿Qué le parece si empieza contando a qué vino su amigo a la ciudad?
—¡¿Mi amigo?! ¡Era mi esposo! ¡Y por vuestra culpa está muerto!
—Tenemos que aclarar este asunto ya, así que o empieza a hablar o jamás saldrá de aquí. Usted verá.
—¿Quieren saber por qué John murió? Le mandaron investigar a un pez gordo neoyorkino que había instalado sus sucios negocios en esta ciudad de mierda. ¿Y sabéis lo que le hicieron sus propios jefazos cuando las cosas se pusieron feas? ¡Lo abandonaron! ¡Como a un animal! Cuando se descubrió que ese canalla controlaba media ciudad, le dijeron que se retirase. Pero mi John no podía, ya estaba demasiado metido en esto.
»Ni una advertencia siquiera. Directamente ese capullo de Ludvik mandó a sus matones en el día de nuestra boda. Murió desangrado entre mis brazos, a los pies de la escalera de la iglesia, ¿saben? Una no puede olvidar una cosa así tan fácilmente.
—Tengo entendido que ha pasado un año de eso.
—… ¿Qué intenta decirme con eso? ¿Que he tenido tiempo suficiente para superar el trauma? ¿La depresión? ¿Pretende que después de esa tragedia siga con mi vida como si nada?
—No era mi intención decir eso…
—Pues lo ha dicho. Y espero que por su bien no tenga que vivirlo. Porque no, eso NUNCA se supera.
—¿Qué llegó a descubrir su marid…John?
—Nada del otro mundo, ni la punta del iceberg. Algunas conexiones con otros cargos de poder de la ciudad, influencias y relaciones con países extranjeros, viajes de incógnito, drogas y prostitutas, trampas y asesinatos encubiertos… Pero no era suficiente para pillarlo; no basta. Aún hay mucho por hacer y trapos sucios que destapar.
»Tan ingenuo fue… Ni se percató de que su “fiel” compañero le estaba traicionando y vendiendo al mismísimo diablo.
(Imágenes tomadas de IMDb)
—¿Por eso los mató? ¿Por venganza?
—¿Venganza? Los maté porque ese era el trabajo de mi marido. Alguien tenía que hacerlo o John no podría descansar donde quiera que ahora esté. Yo, que lo había perdido todo, que todas las noches me despertaba con los estruendos de aquel fatídico día, con la visión de mi marido muriéndose entre mis brazos, acorralé a ese cretino pretencioso al que todos respetaban.
»Sin ayuda de nadie logré infiltrarme en esa compañía infectada por ratas.
—¿Qué vio?
—La inmundicia humana.
»Y os voy a contar algo que puede que nadie supiera, ni siquiera mi difunto esposo: ese hombre…, Ludvik no era humano. Quiero decir, que su espíritu se había corrompido tanto que ya no quedaba nada de su naturaleza humana. Era un ser oscuro y maligno, y yo lo quemé.
Lo quemé todo.