Llegas desafiante, arrogante y prepotente, con una media sonrisa en los labios, saboreando una victoria que aún no es tuya. Sin embargo, cuando mis ojos te buscan, no eres capaz de acudir a su encuentro. Y tu sonrisa se diluye. Es mi turno ahora. Me esperabas cabizbaja, asustada y temblorosa, quizás pensabas que saldría corriendo o que derramaría las lágrimas que una vez arrancaste de mis ojos. Pero mis labios se curvan hacia arriba, mi mirada te estremece y mis pies se quedan clavados en el suelo, esperando por ti.
Hay una grieta entre los dos. La misma que hubo aquella última vez, ¿recuerdas? La saltaste entonces, traspasando las barreras construidas contra ti. Cuando no escuchabas mis gritos, ni atendías a mis súplicas, ni entendías un rotundo no. Pero ahora no la saltas, ahora no te mueves, como si estuvieras paralizado en un hielo a punto de resquebrajarse. Porque no me esperabas en pie, no me imaginabas esperándote, no me creías dispuesta a todo.
¿Por qué no?
Siempre ha habido tornados que arrasan con pueblos y huellas, que destruyen esperanzas y detienen los sueños. Pero los tornados también pasan, se alejan, y nosotros nos quedamos, desolados y sin aliento, mientras buscamos las fuerzas para recuperar las riendas de nuestras vidas extrañas.
Siempre ha habido fuegos inalcanzables con sus humos que asfixian las gargantas. Relucientes, parpadeantes e imponentes que devoran con sus llamas los anhelos, dibujando miedos y lágrimas incontenibles. Y la impotencia de perderlo todo en una luz anaranjada que recuerda a un nuevo amanecer. Pero sobre las cenizas nos arrastramos con lo que queda de nosotros, con las manos ensangrentadas y el corazón sostenido en la boca.
Siempre ha habido noches. Oscuras, terribles y solitarias que nos hacen cobijarnos bajo las sábanas, taparnos la cabeza y esconder el rostro en la almohada. Cuando los ruidos se incrementan y los oídos se agudizan crecen unas pesadillas incomprensibles, eternas y repetitivas que martillean las cabezas y agujerean las ganas de volver a levantarse. Pero el sol llega de nuevo, en otro día más, en otra oportunidad para despertar.
¿Por qué no esperabas que yo hiciera lo mismo?
Si tú eres quien me cortas las piernas, me sacas la sangre y me apuñalas el alma, ¿por qué soy yo la culpable por volver a caminar? Hay casas que no volverán a construirse, hay bosques ennegrecidos para siempre, hay lunas ocultas tras las nubes y hay heridas tatuadas con tu tinta invisible que no pueden ser borradas.
Pero no es suficiente para acabar con nosotros, no es suficiente para acabar conmigo.