Mentiras

Sonrisas a su alrededor, halagos que lo hacían feliz, amistades que le apreciaban… era todo lo que había deseado. Y por fin lo había logrado. No importaba si para ello había tenido que mentir a todo el mundo, incluso a su propia familia. Quería ser alguien, quería que lo respetasen. Había hecho lo que hacía falta para alcanzar ese sueño, incluso se había perdido a sí mismo en esa torre de mentiras que había construido y en la cual ahora se alzaba, mirando orgulloso a cada uno de los que le rodeaba, sin sentir ni un ápice de vergüenza por haberles mentido a cada uno de ellos.

Leyó el mensaje que un amigo del instituto le había enviado. Sus labios formaron una línea. En su mente repasó a cada una de las personas a las que le había contado una verdad distinta. No recordaba haberle contado nada, pero prefirió asegurarse, así que dejó el móvil en la mesa y se agachó en frente de la cama. Sacó una caja y la abrió. Allí había demasiadas libretas acumuladas. Sabía exactamente cuál tenía que coger: la del color rojo. En ese cuaderno había escrito a cada una de las personas a las que le había contado algún aspecto de su vida. Lo abrió y empezó a pasar hojas, fijándose en cada uno de los nombres y los detalles que había al lado: “me voy a estudiar fuera porque el máster está mejor enfocado”, “me han ofrecido un trabajo que no podía rechazar” o “es que a mi novia le da vergüenza venir a celebrar la Navidad con nosotros”.

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Se paralizó. Le había parecido escuchar una voz que le decía que nunca se había ido a estudiar ningún máster, que no le habían ofrecido ningún trabajo y que, la que consideraba simplemente una amiga, no era su novia. ¿Quién más sabía todas esas verdades? Dejó caer la libreta al suelo y se puso en pie, dispuesto a defender con dientes y uñas su verdad. Sin embargo, allí solo estaba él. Aún con el corazón latiendo con demasiada fuerza, guardó su tesoro de nuevo debajo de la cama y cogió el móvil. Pudo ver su reflejo en la pantalla y se echó a reír.

—¿Aún sigues aquí? Creía que ya te había matado.

Y sin más, contestó al mensaje de su amigo, a quien le contó una nueva verdad que luego anotaría en su cuaderno, matando de nuevo a ese pobre chico que se resistía a vivir en ese mundo lleno de mentiras que había construido.

Máscara

Recuerda, lo más importante es sonreír. No importa si tienes ganas de llorar o si simplemente no te apetece, lo que realmente importa es que sonrías.

Esas palabras resonaban en su mente como un mantra. Ya no recordaba quién le había dicho eso, pero eso no quitaba el hecho de que no lo cumpliera. Sonreía a todas horas, mostrando una felicidad que no había alcanzado nunca. Sonreía, a pesar de que lo que más quisiera fuera echarse a llorar porque se ahogaba cada vez más y más en lo que llaman vida.

Sonríe. La vida parece más bonita cuando se sonríe. Nunca muestres cómo te sientes realmente. Tú solo sonríe, ¿lo entiendes?

No. No lo entendía, pero aun así cumplía esa norma que alguien le había impuesto. Se topó con un vecino cuando estaba por subirse en el ascensor. Este la saludó para acto seguido alabar esa gran sonrisa que tenía y que iluminaba al bloque entero. Fue entonces cuando ese gesto autoimpuesto titubeó un poco, pero siguió sonriendo.

Olvídate de cómo te sientes, tan solo sonríe. Entierra todos tus sentimientos en lo más oscuro de tu corazón, solo sonríe.

Llegó a casa y ni se molestó en encender las luces. Allí, sola, por fin podía dejar de fingir, podía dejar de sonreír. Una vez en su cuarto, se dejó caer en la cama. De pronto, sentía aún con más fuerza el peso de la sociedad sobre sus hombros. La opresión en su pecho se hacía cada vez más fuerte, costándole más y más respirar. Si tan solo pudiera dejar de sonreír, si tan solo pudiera olvidar ese mantra…

Se levantó de la cama y se dirigió al espejo que había en la pared. Se sentó en la silla, mirando el reflejo. No conocía a la persona que le mostraba esa superficie. ¿Desde cuándo unos ojos carecían de luz? ¿Desde cuándo un rostro carecía de expresión y de vida? Aquel reflejo no le transmitía nada, tan solo repulsión. No se dio cuenta del momento en el que sus manos estaban sobre sus mejillas, clavando las uñas, rasgándose la piel. ¿Acaso quería que aquella cara mostrase algún ápice de color o de emoción? No lo sabía, pero nada ocurrió, salvo unas hileras de color carmesí que manchaban ahora la piel y que caían sobre su regazo.

Y entonces sonrió. La máscara volvió a aparecer. Por fin se reconoció. Era ella la que estaba reflejada. Aquella persona que sonreía sí era ella. ¿En qué momento de su vida se había convertido en eso? ¿Por qué era solo una máscara? Si tan solo fuese capaz de romperla…

Nunca dejes de sonreír, es todo lo que tienes.

Las palabras resonaban con fuerza en sus oídos. No. No era capaz de romperla. Había visto su rostro sin ella y le repugnaba. Así que tan solo sonrió, viendo las lágrimas caer a través del espejo. Se estaba condenando ella misma a ese infierno, pero no encontraba el valor para acabar con todo eso. Por lo que solo sonrió, tal y como ese mantra maldito le decía una y otra vez.

Top 5 de cuentos de terror de E. A. Poe

Octubre es para muchos el mes del terror. Y, cuando pensamos en este género, es imposible no pensar en Edgar Allan Poe, escritor estadounidense del siglo XIX que es recordado, entre otras muchas cosas, por sus cuentos de terror. Y es por ello que en esta entrada os traigo un top sobre sus cuentos que podéis contar a la luz de una linterna para asustar a vuestros amigos.

El gato negro

517wbIXXrJLTítulo original: The Black Cat

Año: 1843

Editorial: The Saturday Evening Post

Un matrimonio lleva una vida feliz junto a su gato hasta que el joven empieza a beber, convirtiéndose en una persona agresiva que maltrata a su mascota. En una ocasión decide acabar con la vida del animal, pero acaba matando a su mujer, a quien acaba emparedando. Al cabo de los días, la policía se presenta en su casa y acaba descubriendo el crimen… y al gato.

El pozo y el péndulo

poepitpendulumdigitTítulo original: The Pit and the Pendulum

Año: 1842

Editorial: Lea & Blanchard

El narrador se encuentra condenado a la soledad, el hambre y la oscuridad de una celda, en cuyo centro hay una fosa. Sobre él va cayendo un péndulo con una navaja en el filo. El protagonista consigue desatarse y es entonces cuando la habitación empieza a cambiar de tamaño, encogiéndose, haciendo que deba tomar la decisión de cómo morir: si tirándose a la fosa o siendo triturado por el péndulo.

El barril de Amontillado

51cD5gc5sLLTítulo original: The Cask of Amontillado

Año: 1846

Editorial: Godey’s Lady’s Book

En la celebración de los carnavales, el protagonista se tropieza con Fortunato, de quien se quiere vengar. Usando la excusa de que quiere su opinión sobre un vino amontillano, consigue que lo acompañe a las catacumbas de su castillo. Es en la cripta cuando consigue apresarlo y atarlo contra la pared para ir tapiando ese “nicho” y dejar a Fortunato allí, gritando.

La caída de la casa Usher

51ozawRHi0L._SX321_BO1,204,203,200_Título original: The Fall of the House of Usher

Año: 1839

Revista: Burton’s Gentleman’s Magazine

El protagonista es invitado por su amigo de la infancia a pasar con él una temporada, ya que no está bien de salud. Allí se encuentra con otros inquilinos, como la hermana de su amigo, que acaba muriendo. Su hermano decide mantener su cuerpo en la bóveda de la casa antes de enterrarla. Días después, se empiezan a escuchar ruidos en la casa, aterrando a ambos hombres, que acaban descubriendo una verdad que lleva a la muerte al anfitrión debido al terror.

La máscara de la muerte roja

51rMFJW+KCL._SX331_BO1,204,203,200_Título original: The Masque of the Red Death

Año: 1842

Periódico: Graham’s Magazine

Debido a una especie de peste, el príncipe Próspero decide encerrarse en su castillo con muchos nobles para escapar de esta calamidad. Una noche, el príncipe decide dar una fiesta de disfraces. Próspero se fija en una persona que va vestida de negro y la cara cubierta por una máscara que parecía de un cadáver. El príncipe cae muerto, mientras que el resto de invitados, asustados, logran quitarle la máscara, pero allí no hay nada. Es entonces cuando se dan cuenta de que es la “muerte roja”.

Flor y espina

Se miró en el reflejo que le mostraban esas aguas bañadas por la luz de la luna. Allí estaba ella; con su tez pálida, sus ojos azules, su pelo blanco y sus labios de color rojo. Colocó la yema de su dedo encima de la superficie, provocando una onda que se propagó por todo el lugar. Sonrió de manera triunfante. Lo había conseguido.

¿Acaso no lo sabes?

Por supuesto que lo sabía. Sabía que las flores tienen espinas, y ella se había deshecho de todas, ya que siempre le habían dicho que era una flor. Aún recordaba la mirada de un pobre ratón que le pedía piedad o que simplemente acabase con su vida, pero ella había decidido jugar un poco más con él. Recordó cómo después lloró desconsoladamente porque había muerto y yacía en sus manos.

Lo sabes, ¿entonces?

Era lo mejor. No quería vivir con más espinas.

espinas

Sangre. Muerte.

Sonrió ante el eco de esas palabras en su mente. Ya todo había terminado. Lo supo en cuanto esa mañana vio aquel cuchillo encima de la encimera. Tenía que deshacerse de todas las espinas que tenía, ¿por qué no empezar por su propio corazón corrompido?

Y así, desde donde estaba pudo ver cómo su cuerpo se hundía en las aguas del lago, engullido más y más por la oscuridad. Lo último que vio fue el destello del cuchillo clavado en su pecho.

¿Paraíso o Infierno?

Se dio la vuelta, dándose cuenta de que estaba el mismo ratón que había matado hacía unos meses. Lo siguió, adentrándose en el bosque, dejando atrás su gran espina.

 

Fuente: Google Imágenes

 

Dolor

Sabía que estaba cerca. Se tumbó en la cama, encogiéndose sobre sí misma, abrazándose. Cerró los ojos, esperando que todo fuese mentira y que aquel círculo  rojo que había visto en el almanaque fuese solo un producto de su imaginación. Un escalofrío le confirmó que no, que era su triste realidad.

Intentó evadirse de la realidad, centrándose en el sonido de la lluvia, los crujidos de la madera o en su propia respiración, algo alterada. Cerró los ojos con tanta fuerza que empezó a ver motas de distintos colores. Suspiró, llevándose las manos a la cara, deseando que el tiempo se hubiese parado hacía años. Aún recordaba aquellos días en los que tenía una sonrisa infantil en su rostro, una mirada limpia y muchas ganas de vivir. Sin embargo, todo eso quedó en un pasado que parecía muy lejano. Y, sin saber cómo, acabó quedándose dormida navegando en esos recuerdos.

Cuando despertó, lo supo. Había llegado. Estaba allí. Se escondió entre las sábanas, conteniendo el aliento. Cerró los ojos, volviendo a desear que todo fuese una pesadilla, pero el dolor en su interior le decía que no. Escuchó pasos acercándose, más y más cerca. Quería llorar, quería gritar, quería huir de allí, quería volver a esos recuerdos que la habían atormentado, pero era incapaz de hacer nada, pues el dolor en su interior iba a más. Sintió cómo la cama se hundía a los pies y algo se arrastraba, llegando a la altura de su oído derecho.

—He vuelto –le susurró una voz fría sin emoción al oído.

Y esta vez, gritó, aunque no pudo zafarse de las garras de aquella figura totalmente de rojo que la acabó engullendo una vez más.

Para mi amigo fiel: nos volveremos a ver

Me siento en el tranco del patio. Cierro los ojos y te imagino corriendo, ladrando, jugando, durmiendo en tu canasto al sol, o simplemente escucho tus pisadas acercándote a mí, sentándote a mi lado, como muchas veces has hecho, apontocando la cabeza en mi pierna. Sin embargo, al abrirlos, lo único que encuentro es la soledad y un espacio vacío, sin nada de vida. Es entonces cuando clavo mis ojos en ese arriate que tengo justo enfrente y, sin poder evitarlo, caen dos lágrimas por mis mejillas mientras me tiemblan los labios. Pronuncio tu nombre, como si de un mantra se tratase, cada vez con más desesperación, rompiéndome con cada sílaba más por dentro… pero el silencio es mi única respuesta. Y pregunto de nuevo por qué, por qué a ti, por qué tan de repente, y empiezo a gritar internamente, tapándome la cara. Jamás pensé que llegaría este momento. Me maldigo una y mil veces por no haber pasado más tiempo contigo. Siento como si estos dieciséis años hubiesen sido un sueño del cual me hubiesen despertado de repente, volviendo a un infierno de soledad y silencio.

Mis dedos se mueven y, sin quererlo, mis ojos se vuelven a clavar en ese arriate y susurro tu nombre. Es en ese momento es cuando escucho un ladrido desde el fondo de mi mente. Aparto las manos y me pongo en pie, manteniendo la mirada fija en el mismo punto.

—¿Me esperarás? –pregunto, conteniendo el aliento.

Y es entonces cuando te veo. Estás parado en frente y me miras, moviendo el rabo me ladras, me das la espalda y empiezas a correr, alejándote, dejando un camino de color café con leche y luego más blanco delante de mis ojos, esperando que algún día yo lo recorra.

Sin embargo, esa ilusión se esfuma, y vuelvo a ver ese arriate donde antes estabas posado. Me vuelvo a romper por dentro, sintiendo un dolor que recorre cada fibra de mi piel y se instala para siempre. La cadena que aflige mi corazón se aprieta un poco más, pero esta vez, sonrío, mientras rompo a llorar de nuevo.

—Nos volveremos a ver.