The Tale of Genji
- Título original: Murasaki Shikibu: Genji monogatari
- Año: 1987
- Duración: 110 min.
- País: Japón
- Dirección: Gisaburô Sugii
- Guion: Tomomi Tsutsui (novela: Murasaki Shikibu)
- Música: Haruomi Hosono
- Reparto principal: Morio Kazama, Miwako Kaji, Reiko Tajima, Jun Fubuki, Megumi Yokoyama
- Más información: IMDb, FilmAffinity
La historia cuenta la juventud de un príncipe y sus aventuras amorosas con las mujeres de la corte en las que buscará saciar su anhelo por una madre perdida.
Estamos ante una adaptación de la considerada como una de las primeras novelas modernas del mundo, aunque eso puede que sea lo poco que pueda llamar la atención de la película. Con un ritmo lento, diálogos muy líricos y unos personajes que apenas se distinguen entre ellos, el complejo sentimiento que presenta el protagonista casi pasa desapercibido (quizás con algo de complejo edípico): un abandono que despertará la lujuria incansable de un hijo que a veces olvida lo que verdaderamente ansía.
Mi puntuación:
A partir de este momento puedes hacer una de estas acciones: preparar palomitas y ver la película o leer este relato inspirado en ella y que podría contener algún que otro spoiler.
♦♦♦
Hubo una vez un joven príncipe, hijo de una de las concubinas preferidas de un emperador, que perdió a su madre siendo apenas un infante. Sin la protección que una madre podría darle, el pequeño cayó en una maldición que lo atormentó hasta sus últimos días.
Los años pasaban lentos y sin piedad, haciendo al príncipe agonizar entre perfumes y delicias. Incluso el emperador llegó a sentir celos de su joven heredero y quiso en alguna ocasión apartarlo de su lado, procurando negarle el lugar que merecía en la nobleza.
Genji, que así se llamaba su alteza, no encontraba ninguna tranquilidad en su alma, un alma perturbada y condenada a una vida que nunca le llenaría, un alma perdida que ni las estrellas podrían iluminar su camino.
Al principio, solo eran aquellas que residían en los palacios familiares, pero más tarde, se fue extendiendo hacia otras partes, siendo así que cualquier mujer noble o plebeya del imperio podía conocer su nombre.
Un nombre que embelesaba.
Un hombre que cautivaba.
El príncipe no podía ni suspirar en soledad sin que lo persiguieran para beber de la belleza que su fallecida madre había esculpido en él. Una belleza inhumana, perfecta, sagrada. Pronto, cualquiera que pasara a su lado, caía en su fatídico hechizo de seducción y honraba a los dioses del amor. No hubo noche alguna en la que durmiera solo.
(Imágenes tomadas de FilmAffinity)
Se exasperaba cuando, maestro de las artes y la música, deleitaba al emperador con sus melódicas armonías en las fiestas de palacio. Todos se arrodillaban al escucharlo, todos se maravillaban con su sonido, todos se prendaban de su sombría mirada azabache, todos se extasiaban con sus frías manos de alabastro.
Y él no hacía más que romper sus instrumentos, hastiado de tal terrible poder.
Algunos llegaron incluso a provocar enfrentamientos de poder por querer robar el corazón del príncipe Genji. Un corazón maldito incapaz de amar que sufría de algo tan profundo que ni los más sabios lograron descifrar. Entre sedas, licores y pétalos de cerezo el joven bailaba a menudo esperando que algún demonio se lo llevase.
Pero aquella que cinceló y delineó cada sombra de su existencia, no lo permitiría nunca. Fruto de su ser, protegería aquello que sus brazos jamás podrían rodear. Ella, con su propia sangre derramada, maldijo a su propio hijo, al príncipe heredero, para vengarse de aquellos que le arrebataron la luz.
Una estrella apagada por un hechizo de seducción.
Ella creó al hombre al que todos amaron.
Y él vivió solo y sin corazón.